Por, Omar Leonardo Herrera Rincón - Abogado invitado
La majestuosidad de la biblioteca de Alejandría fue atacada en diferentes ocasiones, desde la guerra entre los conquistadores del trono egipcio en el año 48 a.C.; hasta la invasión árabe perpetrada por el comandante musulmán Amr ibn al-As, quien la redujo a cenizas por orden del califa Omar. Según el autor Bar-Hebraeus, el comandante árabe Amr ibn al-As se destacaba por ser una persona sensible y culta. De hecho, cuestionó las ordenes de su califa, tras escuchar la defensa que varios lugareños hicieron para la conservación de la biblioteca.
El comandante le escribió una carta al califa Omar en la que le pedía instrucciones sobre el futuro de la biblioteca y sus libros. Sin embargo, el califa Omar respondió: “Si esos libros están de acuerdo con El Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos”.
Durante muchos años, la humanidad se ha azotado con la gran pérdida por la destrucción de la biblioteca Alejandría, por el período de oscurantismo acaecido en la Edad Media y por el retraso en la llegada de la información a decenas de países en el mundo. No obstante, la pregunta no es sobre ¿Qué tanta información se nos quedó en el pasado?; la verdadera pregunta debe ser ¿Qué hubiésemos hecho con esa información? La llegada del siglo XXI trajo consigo un avance tecnológico de magnitudes descomunales. A tal punto que, en el transcurso de una década, pasamos de tener bibliotecas de cientos de miles de libros, a tener la información en un dispositivo móvil que cabe en nuestro bolsillo. Se acabaron las interminables filas en las bibliotecas, las tertulias literarias y nos despedimos de costumbres como ir a tomar café en aquellos lugares con estantes repletos de literatura.
Estos últimos fueron reemplazados por las redes sociales, que en palabras de Nicholas Carr, privilegian la cantidad y velocidad de transmisión de la información por encima de la calidad. Se ha fomentado un pensamiento superficial; con debates políticos, culturales y sociales, tan poco profundos y críticos, que disminuyen el discernimiento basado en evidencias y terminan por convertir al grueso de sus usuarios, en idiotas útiles para los bien entrenados ideólogos extremos.
Son esos mismos extremistas, algunos incluso de fondo, personas instruidas y estudiadas; los que entendieron que manipular a las masas, era tan simple como dividirlos y darles un hueso para roer. Crearon a su paso, selectos grupos de personajes con delirios de superioridad, algunos religiosos, otros políticos, otros raciales, pero en definitiva, con un mismo fin, dividir la sociedad y controlarla desde la ignorancia. Esta mal llamada división social ha llegado a tal punto que, no solo creó grupos extremistas, creó una generación completa de irracionales que siguen ciegamente un pensamiento.
Hombres y mujeres que debaten desde una ideología vacía, sin importar las evidencias, los análisis, la literatura o cualquier otra prueba que contradiga su pensamiento. Aquellos que consideran, políticamente incorrecta, cualquier idea que no sea de su agrado. En Latinoamérica, esta generación se alimentó de padres sobreprotectores, se cultivó con las redes sociales y creció con información resumida. Una generación que pretende acabar con la libertad de expresión y para lograrlo, se ha montado en la cultura del victimismo, que, de hecho, se intensifica con la fragilidad psicológica que demuestran estos jóvenes y que destruye su capacidad de lidiar racionalmente con el mundo que los rodea. En esta cultura no son válidos los hechos, sino el grupo al cual perteneces.
A diario vemos los casos de estos personajes ofendidos por cualquier situación aleatoria. Está aquel que critica la opinión de un escritor sin haber leído su libro; también los que luchan por la igualdad de escaños laborales, sin importar la capacidad técnica; están los seguidores de un político que no conciben que ningún otro candidato sea bueno y quizás los más comunes, son los que acuden a diario a cualquier falacia para desvirtuar la realidad. Tal parece que la deficiencia intelectual es algo así como un estilo de vida. Crean asociaciones como su Caballo de Troya personal, que al final solo sirven de lobby político. Llegando a contradicciones tan evidentes, como que un homosexual tiene derecho a ver mal un heterosexual, pero sin un heterosexual lo ve mal es un homofóbico de la peor categoría, una feminista puede atacar a un hombre sin consecuencia alguna, pero si el hombre responde, es un macho patriarcal y retrograda, si un izquierdista se manifiesta se presume que es un guerrillero, si un derechista convoca se presume que es un oligarca que quiere oprimir al pueblo y quedarse con su dinero, ¿Cuál dinero?.
Los datos ya no son relevantes para esta generación. Les importa que los afrodescendientes sean asesinados, pero no les importa que el grueso de esos asesinatos proviene de los mismos afros y como este dato, hay decenas de ejemplos: ecologistas, racistas, feministas, LGTBI, abortistas o izquierdistas, solo por nombrar algunos de los grupos a los que les aplica y para los cuales es una cruel ofensa, la simple verdad, sesgando así la realidad para adaptarla a su ideología. Definitivamente se hace imposible dar una opinión basada en evidencia sin que llegue alguien que ideológicamente considera que es incorrecto. Buscan la censura de los sensatos, apedrean la ciencia, obvian las estadísticas y denuncian cualquier cosa que no siga su “cordura”.
A diario vemos páginas de opinión censuradas, demandas en contra de caricaturistas, marchas en contra de la evidencia científica y otras tantas sandeces que la generación de cristal considera políticamente incorrecto. Las conocidas reglas del debate racional se dejaron de lado, aquellas donde se debe ordenar de manera lógica los argumentos y estos deben estar basados en evidencia. Si te enfrentas a un miembro de determinada comunidad, generación o corriente (que no esté interesado en la lógica o la evidencia) serás atacado de manera secuencial, no solo por él, sino también por su séquito de seguidores.
Recibes ataques con argumentos falaces o que se alejan de la realidad, de esta manera sus reacciones son viscerales y poco cordiales. Se entiende que el espacio para la discusión racional con esta generación ha concluido. En principio esta generación se ha convertido en un arma política, son adoctrinados en creencias como la sensación de ser especiales o superiores. Están totalmente desconectados de los medios de producción, pues tienen una fuerte creencia en el derecho a tener cosas, algo así como, me deben, aunque no me esfuerce o me haya ganado eso que me deben. Sin embargo, esto no es meramente culpa de ellos; una crianza con excesos y abundancia les ha dado una suposición de que esas ventajas siempre han estado y estarán en ese lugar. A esto se suma la irresponsabilidad política y populista que se pasea por redes, televisión y otros tantos medios, información que les ha vendido la idea del derecho a las cosas y de los mal llamados derechos sociales. En definitiva, se resume en “tengo derecho a que otro pague las cosas por mí”.
En este punto se podrían dar mil excusas sociales, culturales filosóficas y demás, pero económicamente es así, los derechos sociales son el derecho al dinero ajeno. Una manera fácil de ejemplificar esto, es la siguiente: una familia de padre, madre e hijo mayor de 18 años, los tres con empleos informales, ganan suficiente para llevar un estilo de vida holgado, con ciertos lujos. Sin embargo, el hijo asiste a una universidad pública con gasto cero, reciben subsidio de estudio, de arriendo, alimenticio y su salud es subsidiada. Por otro lado, sus vecinos son una pareja sin hijos, tienen dos empleos y ahorran para su futuro, tienen pensión, vivienda y estudio privado, no reciben subsidios y pagan altos tributos al declarar todo su patrimonio. Unos reciben y otros simplemente pagan, es tan simple como el derecho al fruto del trabajo ajeno.
Lo que esta generación y sus adeptos no han logrado entender es que, si un “derecho” debe ser pagado, no es un derecho es simplemente un privilegio. En este adoctrinamiento, ha influido de manera sustancial los estados, que como mencione en escritos anteriores, han demostrado su ignorancia a tal punto de llegar a casos. La Unión Soviética, por ejemplo, en su constitución garantizaba todo tipo de derechos, pero en la práctica ninguno se cumplía. Y es que, garantizar derechos requiere recursos y los recursos no son ilimitados. Por desgracia el discurso populista que promete un paraíso ha calado entre estas mentes adoctrinadas y poco evaluativas. Han sido infectados por el socialismo, el mismo socialismo que no se hace responsable por desastres como Ucrania, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Camboya, Etiopía, Somalia y decenas más que podría nombrar, pero que al ser nombrados la respuesta siempre es la misma, “Eso no es socialismo”. ¿Cuál es el interés de los políticos en este adoctrinamiento?, se podría decir que el interés es económico, pero el trasfondo es mucho más que eso, les han vendido la idea de una revolución, para hacerlos títeres de sus intereses. Claro está, que no es una novedad que esta práctica política se dé, pero por las condiciones tecnológicas, culturales y sociales, la generación de “idealistas” ha sido la más permeada por estos pensamientos, convirtiéndolos entonces en el “Hombre Masa”. El término deviene del sociólogo francés Gustave Le Bon, quien describía a estas comunidades como, "Una agrupación humana pensante con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo”. De las características de la masa se hace evidente que esta generación confluye con todas o casi todas, es decir, tienen un líder, se reúnen por un fin común, tiene sentido de pertenencia y obediencia a su equipo, moldeables, maleables e indiscutibles.
Una vez esta generación ha sido infectada con la sobreinformación, las ideologías o las políticas idealistas, inician un camino que para ellos es la manera de mejorar el mundo. No obstante, el fin no es malo, el error está en el camino y los medios que pretenden utilizar. De la mano de personajes sombríos y algunas veces poco educados y si son educados, las masas no los estudian a fondo. Por estos días, se ha avivado la figura de personas como Jaime Garzón, tomando entonces frases de él como: “Los jóvenes deben asumir la dirección de su propio país”. Ideas que no son erróneas, pero frases que se usan sin el contexto necesario.
Para que Jaime Garzón llegase a esa conclusión debió leer, estudiar, ahondar y propender por el bienestar sostenible, pero las nuevas generaciones solo se quedan con la frase sin el fundamento para llevarla a la práctica. En pocas palabras quieren cambiar el mundo sin la molestia de estudiarlo o entenderlo. Llegando a este punto se hace notorio que el cúmulo de una mala educación, una sobreoferta de bienestar, un estado garantista y unos políticos sociópatas, fueron la fórmula perfecta para crear a la generación más frágil de la historia, llevándolos a creer que el título del libro es suficiente para entender su contenido.
Arrojándolos a un limbo donde sus derechos son más importantes que los ajenos, creándoles una cultura de victimismo, y convirtiéndolos en analfabetas útiles para los dirigentes corruptos. Señores, la respuesta no está en la revolución armada, en el desastre, en la protesta sin trasfondo, no está en la renuncia de los funcionarios corruptos, pues siempre habrá otro esperando; la respuesta está en la educación, el perfeccionamiento del conocimiento y llevar ese conocimiento a la práctica política. El mensaje es claro, si usted tiene hijos, sobrinos, nietos o cualquier otro ser humano que esté en proceso de crianza, edúquelo para el mañana.
Explíquele las complicaciones naturales del mundo, y guíelo por un camino no tan simple y coloquial como el planteado a la generación actual. Si en caso contrario usted pertenece a esta generación, no se sienta ofendido por las palabras que acaba de leer, critique sus creencias y refute con evidencias, haga un cambio en el mundo a través de una conciencia social basada en planificación objetiva.
Si usted no está en ninguno de estos grupos, tómese la tarea de educar con paciencia a quienes la educación no les ha permitido entender de fondo los problemas sociales. Finalmente, debatan con evidencia y en contra de las ideas, bien lo decía Ludwig von Mises, “Los opositores no argumentan en contra de las ideas, sino en contra de sus opositores”.
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